lunes, 22 de noviembre de 2010

Cambio de casa

El otro día miraba en Facebook las fotos de una amiga lejana que se acaba de cambiar de casa. Una casa bastante espectacular, con quincho, piscina y todo en un estilo medio rústico bien lindo (se casó bien la cabra). Por Facebook también me enteré de su pololeo, de unas vacaciones espectaculares por Sudamérica y Estados Unidos; de cuando se comprometió y cuando se casó. Yo a ella la conocí cuando trabajábamos en una tienda en el Parque Arauco, hace casi 10 años, teníamos amigas en común y nos caíamos muy bien. Ella me hacía reír mucho porque es histriónica y divertida. Siempre la recuerdo con mucho cariño. Y ha pasado el tiempo y de recién salida del colegio, ahora me enteraba de su cambio de casa y pensaba en toda el agua que ha pasado bajo el puente, con un poco de nostalgia y mucha alegría.

Y hay algo en los cambios de casa que me gustan mucho. Tiene su lado feo. Es un momento bastante estresante. Armar cajas, desarmar cajas, tratar de encontrar las cosas, en fin, una seguidilla de tareas exhaustivas que no tienen nada de entretenido. Y hay una ansiedad enorme todo el rato por hacer todo rápido porque queremos estar instalados en el momento que entramos al nuevo hogar. Y no es así.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Tata

Mi tata regando y mi hermana Dani atrás
Esto es pura nostalgia.

Durante el último par de semanas he pensado mucho en mi abuelo René, mi Tata. El otoño llegó y ahora con casa con patio estaba todo cubierto de hojas y yo con muy pocas ganas de tomar el rastrillo y ponerme a sacar las hojas. Y pensaba en mi Tata. Uno de sus pasatiempos favoritos es pasar horas en el jardín regando, podando, sacando hojas, dependiendo de la temporada. Puede estar horas. Me acuerdo cuando estaba recién salido del hospital por una infección y lo pasaba a ver después de la pega y ahí estaba sacando hojas. Totalmente Zen.

Y con eso se me han venido muchos recuerdos e imágenes.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Sobre por qué decidí ser mamá

Ayer Daniel me preguntó por qué decidí ser mamá y qué se sentía. Por un momento no recordaba por qué decidí serlo. Me acordaba de una noche compartiendo vino y cigarros con él planteándole la idea y él diciéndome que también lo había pensado y que creía que era una buena idea. Me acuerdo que hablamos por varias horas pero no lograba visualizar las razones por la cual decidimos ser padres. Sé que no era por instinto maternal o porque sentía que tenía que tener hijos porque eso es lo que me tocaba a esta edad.

Y ahora que lo he pensado ha vuelto hacia mí el plan inicial. Quise tener un hijo como una especie de inversión de amor. Así como cuando la gente tiene plata y decide comprarse una casa para después arrendarla o venderla y así ganar más plata, yo quise invertir el amor que tengo con Daniel en un proyecto de amor. Tener un hijo es multiplicar el amor que siento por Daniel, por mí, por nosotros. No sé si hace mucho sentido, pero para mí es bastante simple. Y se convirtió en un proyecto, así como uno tiene un proyecto de viajar o escribir un libro o remodelar una casa: involucra muchas tareas, esfuerzo, convicción, información, tiempo, mucho tiempo.