viernes, 29 de octubre de 2010

Día de trámites… y feliz

St. James Park en otoño
Hoy fue un día distinto. Y me di cuenta que no los hay muchos. Todo lo contrario, cada día parece ser dolorosamente parecido al otro. La suerte es que mi hijo me sorprende cada día y nos ofrece gracias nuevas y bien seguido presenciamos "milestones" que hace que todo valga la pena.

Pero hoy fue distinto. Hoy fue un día de trámites. Fui a Londres a inscribir a Enzo al consulado, para que tenga su RUT y sea chileno, porque hasta ahora, el pobre no es ni de aquí ni de allá. Y a última hora decidimos que fuera yo sola. Sin pensar en coches, en mudas, en dar papa quizás donde, en llantos en lugares imprevistos, etcétera. Lo único que tenía que planificar era dejar leche para el niño y pensar en dónde sacarme leche en la mitad de todo. Y así, además, Daniel podía descansar y regalonear tranquilo con Enzo y estudiar mientras nuestro heredero duerme.

Todo con tiempo. Caminé a la micro, en la estación llena–recién pasada la hora peak- compré mi boleto, me compré mi café (skinny decaf latte para la ñora), saqué plata del cajero. Para todo hice cola. Luego a esperar el tren que llegó tarde y estaba lleno. De pie, me tomé mi café, hice mi evaluación de los hombres y mujeres alrededor (hombres minos, interesantes, feos, fomes, raro y mujeres flacas, gordas, bien y mal vestidas), saqué mi Kindle (tenía que decirlo) y leí mi libro. Luego el metro de Londres repleto, lleno de cabros chicos porque están en vacaciones y los padres y/o abuelos deben hacer algo con ellos (TODOS se bajaron en la estación de los museos). Luego caminar al consulado. Estaba al lado de St. James Park -que es el parque frente a Buckingham Palace- y tenía 40! minutos todavía para mi cita con el secretario consular. Caminé al parque, me senté y miré los bellos rasgos otoñales, el viento no tan frío, me fumé un par de cigarros y hablé con mi amiga Sarah por teléfono. Luego partí a mi cita.

Desde el portero hasta el cónsul y el embajador son chilenos. Como en Chile, el chofer estaba fumándose un cigarro en la puerta mientras conversaba con el recepcionista, en el 7° piso me esperaba una atención amable pero con rasgo de burocracia chilensis, desordenada, tramitosa, pero igual gentil. Todos hablando en chileno que era lo más freak. Todo el trámite se demoró una hora y media. Uf! Eso es demasiado. Que los papeles, que traspasar datos al libro, luego a la máquina de escribir (sí, tal cual), que ir a pagar al banco a tres cuadras de ahí, que esperar la firma del cónsul (en ese intertanto me saqué leche en el baño, muy prolijo, de embajada). Mientras tanto, leía mi kindle, miraba a los funcionarios, escuchaba las solicitudes de las personas que esperaban como yo.

Una vez terminado, un cigarro a la salida y de vuelta al metro y al tren con cabros chicos, comprándome un sándwich en el camino. De vuelta a Reading nublado, pero tibio. Pies, metro, tren, bus, pies. Tantos medios de transporte en un día.

En cualquier contexto conocido, al menos para mí, suena a un tedioso día de trámites. Pero en cada momento mi sensación era de lo más placentera. Y eso era porque estaba sola y fuera de casa. Tranquila de que Daniel cuida a Enzo, de que no dependen de mí y que Daniel disfruta de sus momentos con monito (así le decimos de cariño). Y no tener que estar pensando en qué cocinar, qué limpiar, qué otra cosa puramente doméstica tenía que hacer.

Necesito mi espacio. Y fuera de la casa. Y más. Los domingos, aquellos en que no ando cagada de sueño, me pego un pique al centro, a las 10 de la mañana, con mi diario de vida, me tomo un latte (decaf) preparado por una barista que le quedan tan lindos que da pena tomárselos; de ahí me doy vueltas por el centro, me compro chocolates o algo lindo, lo que sea que se sienta totalmente "indulgent". Pero no es suficiente. Tengo mi espacio en la casa. Después de las 8, cuando el Enzo se duerme yo quedo libre hasta el otro día y puedo hacer lo que me plazca. Pero estoy en la casa, que es, para que andamos con cosas, mi lugar de trabajo. Hay mamaderas que lavar, platos sucios, ropa limpia que guardar, y si bien a veces no hago nada doméstico en mis horas libres, están ahí para recordarme que es mi lugar de trabajo. Bastante fome y tedioso.

Es un poco claustrofóbico. Y siento que esta situación actual pone un "strain" en la relación. Provoca tensión. Daniel trabaja desde la casa. Yo estoy todo el día en la casa. Días completos sólo interactuamos los tres. Nadie más. Y nos convertimos en todo para el otro: la madre, el padre, la esposa, el marido, la nana, la amiga, el amigo, la colega, el colega. Podemos decir que estamos en una situación privilegiada, en nuestro nido de amor, pero me doy cuenta que tiene sus costos. Yo, a diferencia de él, necesito el mundo exterior. Mucho más que él. Amigos, para contarles lo que me pasa, para escuchar sus problemas, para pelar a la vieja guatona con la que nos topamos. No tengo pasta de lobo solitario.

Conversando de este día con Daniel, le dije "me sentí tan yo". Eso lo dice y resume todo.

Llegué a la casa. Raja. Enzo dormía así que aproveché de pestañar 15 minutos. Algo es algo. Me puse a chatear con mi amiga Emma. Y partí a su casa con el Enzo. Nunca lo había hecho. Había ido a su casa un par de veces pre-Enzo. Le dije que pusiera la tetera. Caminé al paradero y estaba en su casa en 15 minutos. For a cupa. Para tomar una taza de té. Chochearon con la guagua, le conté de mi día y lo raro que había sido, hablamos de cocina, de lo cotidiano y jugamos con la idea de tener un club, un espacio. Un club de cocina. Ahora recién me manda un mail y me dice que deberíamos tener un club de neurosis.

Tiene mucho sentido.

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