sábado, 7 de junio de 2008

Crónica de mi Espalda


Hay personas mayores –y a veces no tan mayores- que si no tienen achaques no tienen tema para hablar. Es triste, pero cierto. Lo único que les gusta (o tienen para) contarte es del cambio de medicamentos, del nuevo síntoma, de la próxima hora con el doctor, del valor de las pastillas, en fin. A mi corta edad estuve a punto de ser así. Podía conversar de varios temas, eso sí, pero mis visitas al doctor y mis resultados de laboratorio eran tema obligado.

Los achaques llegaron de a poco, curiosamente, cuando estaba trabajando. Cuando estaba en el colegio, eso sí, tuve una crisis de colon irritable. Estudiaba mucho y estaba obsesionada con el desempeño. Pero eso pasó. Mientras estuve en la universidad, los 5 años, debo haber ido 2 o 3 veces al año al doctor y si es que (claro que estoy dejando el siquiatra out). Pero a los seis meses en mi trabajo de oficina y empezaron las visitas: al gastroenterólogo, al urólogo, al traumatólogo; gastritis, infecciones urinarias y dolor de espalda respectivamente.

Lo primero se pasó con ravotri, según yo el mejor remedio para la gastritis (comentario irresponsable, lo sé… no lo hagan en sus casas); lo segundo se pasó cuando me vine a Inglaterra; lo tercero, cuando me leí un libro.

Recuerdo que el año 2005 fui al concierto de Blondie y habíamos estado mucho rato de pie. Llegamos temprano junto con 5 pelagatos a ver a Death in Vegas (¡fantástico!) y antes de Blondie venía Gustavo Cerati, que estuvo bastante entretenido. Estábamos re-adelante y no nos podíamos sentar. Al final de Cerati tenía un dolor agudo en la espalda, en la cola, en lo que después aprendería, en la zona lumbo-sacra. Al tratar de sentarme tenía un dolor que pensaba que me iba a morir, al sentarme se me pasaba y de ahí nadie me podía parar. Esa fue la primera crisis.

A comienzos del 2006 viajé a Inglaterra por pega. Todo bien hasta los últimos días. Caminar era posible los primeros días, pero al final no podía estar de pie mucho rato. Tuve que parar el shopping por Oxford Street. Y todo ese año fue así. Simplemente evitaba todo lo que significara estar mucho rato de pie: conciertos (pasé de cancha a tribuna, o sea viejazo en mala) y shopping (algo bueno al menos). Fuimos a Buenos Aires con el Daniel y cuando mejor lo pasé fue en el cine. La compra de libros fue tortuosa. Después de eso fui al Kinesiólogo que me hacía masajitos con esa cosita eléctrica y con un guatero gigante.

Y el 2007 fue el acabose. Marzo viaje a México por pega, último día mal. De vuelta al kinesiólogo. Masaje rico y ejercicios. Julio viaje a Sao Paulo por pega, todos los días mal. Haciendo los ejercicios como me dijo mi kine y con antiinflamatorio cada 8 horas. En Santiago, de vuelta al kinesiólogo hasta que se me quitara. A todo esto, no era sólo durante los viajes, pero en los viajes se acentuaba por avión + patiperreo.

A todo esto. Diagnóstico y tratamiento. Discopatía, o sea disco gastado. Síndrome facetario, las facetas chocan con un nervio que hace que duela. El doctor no tiene nada mejor que decirme, -cuando le digo, llorando, que me siento como una viejita que como será cuando tenga guagua- que efectivamente tengo la espalda de una viejita. Desubicado. Tratamiento. Ahora que me acuerdo me hicieron un bloqueo facetario, que te inyectan corticoides en la espalda. "Hay gente a la que le resulta y gente a la que no". A mí no me funcionó. Además, ejercicios toda la vida, for ever and ever. Además, una lista de "no" interminable: no trotar, no estar de pie (no conciertos, no viajes), no estar mucho rato sentada, dormir con un cojín entre las piernas, no estar de guata (al sol, por ejemplo o al dormir), no nadar mucho (que se supone que era bueno, pero parece que como yo lo hacía no), no yoga, no mucha bicicleta, no echarse mucho rato en la cama. Lo peor para mí: no bailar. O sea, nada. A los 27 años.

Pablo, mi cuñado, me guío a la luz. Con él conversábamos de los ejercicios, las pastillas, qué cosas provocaban e dolor. Y yo... "mi kinesiólogo dice...". En fin, me mandó un libro por mail "Cure your back pain forever". Y me sané. Después de leerlo, of course.

Resumen: Primero, nadie ha podido comprobar que las hernias o las discopatías provocan dolor. Hay gente que vive con hernias y nunca sienten dolor, por ejemplo. Segundo, el dolor está en la mente. Por un lado, el dolor se puede controlar mentalmente, como la gente que camina sobre fuego y por otro, puede ser tu cuerpo te esté distrayendo de algo que pasa en tu inconciente. Enfrentando tu subconsciente puedes eliminar el dolor. Esa parte me costó mucho creerla, porque pensé y pensé y no se me ocurrió ninguna experiencia traumática. Así que sólo me convencí de “nada de lo que me haya pasado me puede causar dolor”.

El primer paso es convencerse de que no hay dolor o que no tiene por qué haber dolor. Imaginarse el oxígeno llegando a toda la espalda. El segundo es atacar esos "miedos". Yo, lo que hice, fue pensar en lo que me daba miedo (miedo al fracaso, al rechazo, a la enfermedad de la gente que uno quiere) y repetirme "eso no me puede causar dolor". El tercero es atacar los placebos y los nocivos relacionados con la espalda. Los nocivos son esa lista de "no hacer esto porque causa dolor". Los placebos son la lista de "esto me quita el dolor", o sea, pastillas, guateros, ejercicios localizados.

Lo conversé con Daniel. Porque o si no, me iba a retar de por qué no tenía el cojín entre las piernas, por qué no hacía los ejercicios y por qué estaba saliendo a trotar. Y yo lloraba. Y me di cuenta de como, de verdad, de como todos los Bloody días pensaba en mi espalda y acondicionaba todo alrededor mío para que no me doliera la espalda. Triste. 28 años.

Y la historia ha tenido un final feliz. No me duele la espalda. Miento. Me duele la espalda cuando estoy mucho rato de pie, patiparreándo una semana en un viaje, como a la gente normal. De repente después de hacer aseo o cocinar mucho rato, tengo que acostarme un ratito, como todo ser humano. Cuando me duele, digo "filo", no le doy importancia. No me detiene. Pero salgo a trotar, ando en bicicleta, voy de shopping. No me he tomado ningún antiinflamatorio y sólo un relajante muscular (es que estaba adolorida de varias partes y es rico... es como un ravotril disponible sin receta – otro comentario irresponsable). Y chao con el cojín.

Y colorín colorado, la crónica se ha acabado.

PS: Los ejercicios localizados los sigo haciendo, de vanidosa más que nada, porque me tienen la guatita apretadita para ser como Britney en los viejos tiempos.
PS2: Lo más divertido es que mientras me leía el libro revisé las radiografías que me traje, que me saqué justo antes de viajar. No las había revisado. Y el radiólogo dice que los resultados son normales. ¿No les decía yo?

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