sábado, 24 de enero de 2009

Achoclonados

Ahora con un poco más de distancia, uno ve las cosas más en perspectiva. Hace una semana regresamos de Santiago, donde visitamos a la familia y a los amigos por un poco más de un mes. Los dos volvimos con un poco de gusto a poco, porque no vimos a todos a quienes queríamos ver, ni a los que vimos los vimos lo suficiente. Nunca es suficiente. Y de actividades mañana, tarde, vermouth y noche, regresamos al silencio de nuestra vida en Reading, donde, en mi caso, sólo tengo a Daniel. El teléfono nunca suena, y puedo dormir hasta tarde porque no hay ruido (ni calor).

El mes en Santiago sólo me hace confirmar que soy una persona totalmente social (y re-chilena, además). No hay cómo estar rodeada de gente, sobretodo si es gente que uno quiere. En mi pequeña vida ahora siento la falta de esas voces conversando alrededor mío, cómo si fuera música. Y siempre algo acontece, siempre hay un cumpleaños o algo para celebrar, cómo el viernes, para que mis amigos celebren que ha llegado el fin de semana. Y está uno, al pie del cañón para compartir y conversar. A lo que venga.



Son innumerables las veces que nos juntamos con amigos y familia, en grupo y en privado. Se me vienen a la cabeza desde cervezas en la plaza de Ñuñoa con mis nuevas amigas, las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, mi celebración de la tesis, almuerzos, helados, cafés y las salidas con mis papás al Boulevard, así como las juntas en las casas. Creo que el único día que no hice nada fue el 1 de enero, en que, para que andamos con cosas, nadie hace nada.

Eran vacaciones, es cierto. En la vida real y cotidiana, cuando uno está trabajando no hay tanto de eso, pero aún así. Recuerdo que, con pega y todo en Santiago, siempre estaba lista para un café o un almuerzo con alguna amiga. Un día, mientras manejábamos desde el Cajón del Maipo a la casa, no paré de hablar en todo el camino, cómo una liberación, hasta dejar a mi pobre hermana chata. De puro buena onda que es no me pidió que me calle.

Y uno conversa de la vida. Uno trata de salvar el mundo, a las personas, a uno mismo. Uno necesita escuchar ideas, planes, proyectos, acontecimientos. Uno tiene que desahogarse, reirse. Todo eso parece ser mi alimento. Y en ese sentido, a este lado del mundo, estoy un poco desnutrida.

Cuento los días para volver a la dieta de las conversaciones, de la amistad y del cariño. Pero, por otro lado trato de encontrarle sentido, nuevamente, a esta soledad anunciada y temporal. Sé que contar los días no soluciona nada. Pasan los días esperando que pase algo. Y no puede ser así. A veces me doy por vencida y me ocupo de matar las horas, con facebook, internet, series en línea, cine, cine y más cine. Y llega la noche y digo "yupi! un día menos". Hago un esfuerzo para que no me coma la nostalgia. Es duro pensar en lo que pasa en Santiago y yo no puedo estar ahí.

De momento, espero la primavera. Cuando los días son más largos, me viene una alegría automática. Y de momento, trato de encontrarle sentido a esta soledad. Trato de ser creativa, de tener un proyectito entretenido para mí. Trato de hacer más amigos, de arriesgarme y preguntarle a personas si se quieren juntar algún día a almorzar y tratar de salvar el mundo. Pero nadie es reemplazable, todo lo contrario, cada vez los extraño más, sólo me he dado cuenta cuanto los necesito. Y los quiero a morir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay te entiendo tanto Gaby. Yo he sido muy afortunada porque cuando llegué acá, ya tenía una amiga instalada y me hice de otra amiga altiro.

Nosotras con mis amigas también conversamos de la diferencias en las relaciones sociales entre chilenos y westerners y nos hemos dado cuenta que para nosotros los amigos son una necesidad más que vital.