martes, 3 de febrero de 2009

La Mañanera

Definitivamente no soy buena para las mañanas. No soy como mi mamá que se levanta a las 7AM aunque no tiene nada que hacer, ni cómo Daniel que a las 8 de la mañana salta de la cama para hacer un millón de cosas. Muy vitamina. No. Las mañanas para mí son difíciles. Son largas. Son torpes. La única motivación decente es que me vayan a retar en la pega, o que tenga un compromiso temprano.

Siempre hago lo mismo. Si pido una hora al doctor o una reunión, que sea lo más temprano posible, para empezar mi día temprano, aprovechando cada minuto. Y suena el despartador y me reto a mi misma: ¿En qué estaba pensando cuando fijamos esa hora? Y mientras trato de despertar, miro el reloj y planifico: "si me ducho en 5 minutos y no tomo desayuno, puedo estar allá en 20"; o pienso en excusas: "tengo una rueda mala en la bicicleta y me tuve que venir a pie".

Y esto no es reciente. Incluso me acuerdo cuando era muy chica y era invierno y cuando salía de la ducha, me tapaba con la toalla que había estado cerquita de la estufa y me quedaba dormida así, de pie, envuelta en la toalla. Si no fuera por mi obsesión con la responsabilidad, sería peor. Llegaría tarde a todas partes, o no llegaría, y me acostaría a las 4, 5 de la mañana todos los días.



Y desde el punto de vista sexual, no soy muy buena para "la mañanera", porque simplemente no despierto, sólo quiero dormir y termina siendo peor, porque mi pobre marido se siente rechazado y su virilidad amenazada.

Ahora, estoy en plan de tener mañanas efectivas. Yo trabajo en la tarde. Entro a las 2 de la tarde. Por lo que, técnicamente, podría levantarme a las 12, tomar desayuno largo, limpiar y ordenar un poco y después salir. Pero en este país se obscurece temprano y levantarse tarde, significa un par de horas de luz y eso me deprime. La cosa es que mis niveles energéticos son siempre mejores cuando tengo una rutina más mañanera. Por eso mi interés. Así que hago el esfuerzo, pienso en el beneficio, me premio con un rico café de grano que disfruto desde que abro el paquete y ahí comienzo el día. Voy al gimnasio y ya antes del mediodía he hecho varias cosas.

Este no es mi primer intento. Por dos semanas, hace como dos años atrás, con Daniel íbamos a las 7 de la mañana a nadar, en pleno invierno, saliendo de la casa con la obscuridad y el frío. Pero rápidamente me empezó a doler la espalda y tuve que parar. Envidio tanto a esa gente que puede hacer cosas de madrugada. Como esa gente que trota a las 6 de la mañana para llegar a trabajar a las 9. Ahora que me acuerdo, yo hacía clases a las 7.30 de la mañana a un ejecutivo para que después pudiera ir a trabajar. Eran las 7.35 y cruzaba los dedos para que no llegara, pero casi siempre llegaba y ahí estaba yo, haciendo clases a las 7.30. Todas esas veces, la natación y las clases de madrugada, me sentía pésimo al despertarme, una zombie, pero a las 2 horas me sentía llena de energías.

Vale la pena el esfuerzo, pero no hay día que pase en que no quiera seguir durmiendo, y mientras despierto no piense en que me encantaría ser cómo mi mamá, mañanera.

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