jueves, 23 de septiembre de 2010

Un poquito de carpe diem, por favor


Hace unos días anotaba el día que era. "Qué rico, ya es miércoles", pensé. Y me di cuenta que hacía eso regularmente. Muy regularmente. Y eso no estaba nada de bien. "¿Qué día quiero que sea?", "¿Qué tiene de malo el día de hoy?", "¿Estoy esperando que pase algo acaso?". Y las respuestas eran, en orden: ninguno en particular, nada, no. Incluso llegué a pensar que podía estar deprimida, que los días me pasan, comienzan y se acaban, sin más. No es que quiera que sea fin de semana, porque ahora ni siquiera estoy trabajando, sino que soy mamá tiempo completo. Hace 4 meses ya. Pensé que quizás podría ser que estuviera simplemente agotada con mi nuevo rol, pero la sensación era peor, porque mi hijo crece y cambia cada día, siempre tiene con qué sorprenderme y no quiero sentir que me estoy farreando estos lindos momentos. Pero sí, algo de agotamiento tiene que haber.

Pero el tema era más de fondo. Me di cuenta que en mi vida he estado acostumbrada a tener motivaciones extrínsecas, siempre hay un momento, un evento, una actividad, algo en el futuro cercano o a mediano plazo que ha estado ahí para movilizarme. O ha sido trabajar duro para terminar mi tesis, o tener un viaje en el horizonte, o la llegada de un hijo, o partir a vivir en el extranjero, o volver a vivir a mí país. Y una vez que logro las cosas con toda la adrenalina y las anécdotas para compartir con los amigos y la familia, viene una sensación de "¿y ahora qué?" Y así comienzo a buscar otra meta, otro foco para que mis días tengan una motivación. Cuando la motivación tiene que venir de mí y no enfocarse en el objetivo mismo sino que simplemente en aceptar y disfrutar cada momento del viaje a ese objetivo.

Es un muy mal hábito. Me he jactado de ser una persona que acepta la vida cómo viene, con oportunidades y sorpresas, con toda su simpleza. Y claramente es bien a medias. Muy rasca. Porque hoy me miro al espejo y no estoy más joven precisamente y me frustra mucho sentir que la vida está simplemente pasando frente a mis ojos y yo no la estoy viendo. Ahora se me viene un listado largo de momentos en que mi consciencia no ha estado amarrada a estas metas externas sino que viviendo totalmente el momento presente: cuando los días están bonitos y salgo a caminar, cuando observo a mi hijo descubrir cosas nuevas, cuando salgo a correr, cuando bailo, cuando tengo sexo, cuando me preocupo de cocinar algo rico, cuando estoy cansada y siento cómo me voy quedando dormida, cuando estoy metida en una conversación con una amiga, amigo. Es un listado de cosas que me gusta hacer, que disfruto y que me hacen sentir viva, sin tiempo ni espacio.

Y creo, de verdad, que una vida bien vivida no es sólo estar consciente de estos momentos de consciencia plena cuando ocurren, sino que darle la importancia que se merecen. Esos momentos son la vida. No son las pegas, ni los viajes, ni los eventos importantes como tener un hijo, casarse, salir de la universidad, sino lo que uno hace con ellos, como los vives, sin pasado, ni futuro, sólo ese momento presente. El problema es cuando no me permito disfrutar estos momentos. No me detengo para disfrutarlos. En vez, pienso en qué viene después, en el deber que llama, en la hora, si es tarde o temprano, si estoy cansada o no y que debo descansar. Y así, estos momentos exquisitos se transforman en secundarios y lo que prima son las horas, los deberes, los logros, las metas sin sentido.

Y una cosa es creerlo y estar consciente; otra es vivirlo como lo creo. Entonces la pregunta es, ¿por qué no lo hago? Y la única respuesta es que, sí, es un mal hábito, pero también debe estar relacionado con una baja autoestima. Guiarse por estas motivaciones extrínsecas es no creer en las motivaciones propias y usarlas de excusa para no tener que enfrentarse con uno mismo. Vivir la vida desde afuera y no desde dentro. Amarrarme a objetivos de corto, mediano o largo plazo es no querer aceptarme.

Sé que seré más feliz si hago más las cosas que me gustan y que me hacen olvidarme de si hay tiempo o si tengo la energía. El mejor ejemplo es mi hijo. Cuando se cansa llora y duerme, cuando está despierto está feliz, disfrutando cualquier cosa a su alrededor, sin expectativas. A lo más se aburre.

Supongo que hacerlo más consciente me ayuda a disfrutar un poco más cada pequeño momento, cómo este mismo: escribo en mi computador viendo a mi hijo dormir, agradeciendo estos momentos de descanso para él y para mí. Trato de no pensar en qué hacer cuando se despierte. Si lo mudo primero o le doy papa. Porque así opero. Mala cosa. Así que debo ejercitarlo a cada momento, sin mirarme tanto el ombligo y esperar tantas cosas de mí. A veces, por ejemplo, me siento mal, bruta, tonta, porque estoy cansada y no encuentro tema para conversar con mi marido. Ayer me pasó eso, y simplemente, me quedé en silencio mirándolo a él, sin más. Así que de a poco. Me gustaría tener una alarma que me avisara cuando me pongo idiota.

Así que un poquito más de carpe diem en mi vida, por favor.


 


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