viernes, 7 de enero de 2011

Adiós al carrot cake

O gracias lactancia por favor concedido

image Mi primera dieta la hice a los 12 años. No sé como mi mamá me dejó. Me compré un libro en una “feria artesanal” que era algo así como baje 5 kilos en 5 días. Llegué al día 2. Al día 3 ya estaba tiritando y al borde del desmayo.
Y no era gorda.
Siempre fui más grande que mis compañeras que eran bien esqueléticas. Me pegué el estirón primero, me salieron pechugas primero y creo que eso me hizo sentir gorda de chiquitita.
No puedo haber sido gorda. Jugaba hockey 6 días a la semana. 4 días de entrenamiento y dos días con partidos. Pero era grandota, con unas piernototas que me daba vergüenza jugar con falda y sacarme la foto de equipo.

Y después vino la anorexia y después el descontrol total. Ahí, como a los 18, estaba gorda. Y entré a la universidad y no hubo más hockey. Mi único deporte era salir a bailar todos los fines de semana. Incluso me gustaba tanto que me metí a “baile entretenido” y duré como un mes.
Sin ejercicio y con una vida bastante poco sana, pasé a ser una persona yo- yo. Bajaba de peso en épocas de exámenes (quizás eso me motivaba a estudiar), subía de peso en invierno; cuando vine a Inglaterra el 2001 iba al gym y todo pero estaba gordita. Mucho fish and chips y mucha ansiedad. A veces me comía una caja de cereal en 2 días. Después de lleno en el mundo laboral seguía con el yo-yo. Sentada frente a un escritorio y al lado de un Esso Market subía 5 kilos que después bajaba metiéndome a natación y comiendo sano. Lo más dramático que hice fue pagar una brutalidad de plata para un tratamiento para bajar de peso antes de mi matrimonio. Nada de ejercicio, pero te ponían unos paños fríos en el cuerpo y esperabas al borde de la hipotermia 20 minutos (el mismo tiempo lo podría haber pasado en una trotadora), luego veías a la nutricionista. Creo que lo único bueno de esa experiencia fue que por tres meses vi a una nutricionista y aprendí mucho, sobretodo a cocinar cosas rápidas, ricas y livianas. Después del matri subí de nuevo de a poco con la vida intensa laboral que incluía viajes y comidas corporativas, días frente al pc y el Esso Market todavía a dos pasos.
Y después llegué a Inglaterra. Tenía tiempo para ir al gym, no tenía plata para comer afuera y tenía tiempo para cocinar. Y en un año bajé 8 kilos sin muchas privaciones y pasándolo bastante bien comiendo.
Mi sensación es que desde los 12 he mirado lo que como, cuento calorías, pienso dos veces antes de comer algo prohibido, he comido con culpa y he dejado de comer sintiendo que el mundo es injusto conmigo. Cocinar y comer, compartir platos y tragos con amigos son de las cosas que más me gusta hacer, y sin embargo, ha habido más control del que me merezco (y en etapas, de lo que es sano).
Lo bueno es que he aprendido dos cosas: bajar de peso por salud motiva más que bajar de peso para verse bien (el obeso me parece poco atractivo porque no es sano, porque no respeta su cuerpo, pero no por feo); y comer sano y hacer ejercicio son la clave para tener un peso sano. Con lo irresponsable que he sido en la vida con el consumo de comidas, puedo decir que ahora soy bastante responsable.
El único pánico de quedar embarazada era subir de peso y quedar hecha una ballena. Y me cuidé. Responsable. Hice ejercicios hasta el día antes de parir, y comí sano. Mi cuerpo rechazaba las frituras y los chocolates, pero yo creo que fue inconsciente. Mi pánico hacía que me diera acidez cada vez que tocaba una papa frita.
Y ahí vino el premio al esfuerzo. Premio que he disfrutado todos estos meses. Nació mi hijo y amamantando empecé a perder todo el peso. Ya a los dos meses pesaba lo mismo que al quedar embarazada y a los 5 meses pesaba 4 kilos menos que al quedar embarazada. Peso lo mismo que a mis dulces 16 años. Lamentablemente no estoy igual de apretadita, eso sí.
Para los que no saben, amamantar completamente (o sea sólo leche materna, sin leche de tarro o sólidos) implica un gasto calórico de 500 – 700 calorías. Es como correr 10 kilómetros todos los días.
Viendo como bajaba de peso y entendiendo que debía aumentar mi consumo calórico para no desaparecer o desfallecer, comencé a darme gustos. He comido leche entera, queso entero, doble porciones de pasta,  helados, chocolates, golosinas, doughnuts y carrot cakes sin culpa y cada vez que se me ha dado la gana. En mi estado normal de mantener mi peso, nunca pediría un café con algo dulce, el chocolate sería una vez a la semana, un helado para ocaciones especiales y los carbohidratos los mediría: mitad de lo normal.
Han sido 7 meses de comer sin restricciones y disfrutar cada cochinadita extra.
Pero Enzo ya come sólidos y la balanza empieza a decirme que se acabó la magia. Y he encontrado muy difícil volver a mis hábitos sanos. Por un lado me ha costado programarme con el ejercicio y por otro, siento que ya es un hábito comprarme un chocolate en cada compra de supermercado o un carrot cake cuando me compro un café. Me cuesta comerme una fruta de postre, lo encuentro fome.
Debo esforzarme para quedar en el peso que estoy. Debo re-educarme. Sé que mientras haga ejercicio puedo comer más y por eso debo hacerlo, también para no cansarme si debo correr a tomar el bus. Pero para que andamos con cosas, una de las razones principales para que yo haga ejercicio es para poder darme gustos y comer más. Es como un crédito de calorías.
Hoy fui al gym por primera vez. Troté 25 minutos sin dar jugo y me recordó lo rico que es correr con tu playlist de compañía. Todo es más claro y más feliz después de correr. Una experiencia mindful. Y me meteré a clases de yoga, baile del caño, todas aquellas que ofrecen en un acto de máxima coordinación con mi marido para que no le quite mucho tiempo de estudio si yo me escapo al gym.
Veremos como nos va. Me despido con nostalgia de estos meses de goce máximo con cosas prohibidas, de no contar calorías, de comer sin culpa, de no pesarme todos los días. Lo que más extrañaré será el carrot cake, que ahora será esporádico. Aunque como soy yo, de más que terminaré preparando uno versión light.

No hay comentarios: