lunes, 31 de enero de 2011

Cambiando la forma de viajar

Fui picada por el bichito de los viajes. Todo es culpa de mi padre. Mi padre sólo había ido a Mendoza hasta que a los cuarenta y tantos años por la pega lo mandaron a un par de países europeos. Se volvió tan loco que años después dejó la pega para independizarse y así tener más tiempo de viajar. Hoy, a los 67 años ha viajado a 107 países, que según Travelbuddy es el 48% de mundo, lo que a mí papá lo dejó muy deprimido porque no era ni la mitad del mundo.
Gracias al bichito y su gentil auspicio en muchas oportunidades, yo llego a 23 países, un tierno 11%. Si tengo plata ahorrada siempre pienso en viajar, creo que es la plata mejor invertida. Conoces culturas y costumbres que te dan perspectiva, te emocionas con lugares y parajes bellos o distintos. Veo fotos en facebook de países exóticos por dónde pasan amigos y se me hace agua la boca. Daniel no tiene ese bichito. Cuando vemos fotos o programas de viajes le pregunto, ¿pero no te gustaría ir para allá? y me dice que para qué si lo está viendo. Una vez que el está en otro país es feliz recorriendo tranquilo pero si no hubiera ido estaría igual de feliz.


Mi papá tiene un estilo de viajar que no me gusta. Es como un turista japonés, perdón lo estereotípico. Sólo quiere hacer ticks en su lista de países visitados. Le interesa lo puramente turístico y todo lo que sea lo más, o lo menos, el más grande, el más pequeño. En Amsterdam caminamos horas para ver la puerta más angosta del mundo, para darnos cuenta que era un engaño, porque la puerta era chica pero la puerta principal estaba al lado. Cuando fuimos a Malta, le compré una guía de los top 10. Así íbamos a lo que “valía la pena” ver. Y cuando viene a Inglaterra va todas las veces a ver el Big Ben, que sigue ahí, igualito que la primera vez que lo vio.
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Mi padre saca fotos. Ahora que tiene cámara digital necesita la tarjeta con más memoria disponible en el mercado y varias baterías de repuesto. Cuando fuimos a Tunez le pedía al chofer que parara en cada rotonda con alguna estatua o monumento. Yo le preguntaba después, para molestarlo, sobre qué era el monumento y no tenía idea.

A mi padre le gusta aprovechar el tiempo. Viajar con él es agotador. Es la única persona que conozco que baja de peso en los viajes de tanto caminar. Incluso cuando se acaba el día quiere hacer lo mismo que hizo con luz, pero verlo de noche. Una vez que vinimos a Londres toda la familia hace más de 10 años compró un pase familiar de museos que duraba 48 horas. Fuimos a 5 museos cada día y nunca me voy a olvidar de cuando tuvimos que cruzar el puente de la Torre de Londres corriendo para llegar a un museo al otro lado del río antes que lo cerraran.

Y a mi padre no le interesa la comida ni las costumbres del lugar. En China, Japón, Suecia, Rusia, Colombia, Sudáfrica, dónde sea, el va a un restaurante y pide tallarines con salsa de tomates. La única excepción fue India en que se volvió loco con los curries y sudó y gozó comiendo lo más picante posible.
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A mí sí me gusta guiarme por las atracciones turísticas importantes, pero prefiero dar vueltas y de alguna forma hacer lo que los locales hacen, comer lo que comen, tomar lo que toman, relajarse como se relajan. Me gusta sentarme en cafés o bares y ver a la gente pasar. Con los años prefiero más la naturaleza que las ciudades, prefiero echarme de guata al sol que dejar las patas en la calle. No voy mucho a museos ni en mi propio país por lo que no veo por qué debo pasar metida en museos cuando viajo. Creo que uno aprende mucho más observando a los locales hacer su vida que metiéndose a un museo (En Tunez con Daniel optamos por quedarnos en la piscina del hotel a ir a un museo y mi papá no nos entendía y cuando él volvió del museo le pregunté ¿qué tal? y me dijo “otro museo”). Me gusta que me pasen anécdotas, como lo muerta de frío que estaba cuando fuimos a ver ballenas en Islandia, como cuando en India tuve que comer con una hoja porque no había servicio, como cuando en Nepal tuve que ir al hospital a tomarme exámenes porque estaba con resfrío y mucha fiebre y el examen consistió en tirar un pollo en un recipiente; o como cuando fui al acuario en Londres y estaba tan drogada con unos antigripales que ver los peces y tiburones fue una experiencia sublime. O cuando andando a camello en la India, el caballero que llevaba a mi animal me pidió matrimonio. O cuando en la India había una lagartija en la habitación y mi papá pidió que la sacaran y no entendían el escándalo, porque la lagartija estaba ahí para comerse los zancudos. Así uno aprende de las culturas y te sientes un ciudadano del mundo, mucho más consciente de como eres tú con tu cultura además.

Yo hago turismo culinario. ¿Qué se come aquí?, pregunto y probamos, probamos. Daniel siempre me acompaña en eso. No creo que pruebe fetos de pollo en China o insectos, pero me gusta probar cosas nuevas y ojalá no en el restaurant del hotel, como cuando en Estambul comimos a la orilla del mar con todos los locales un kebab de pescado. Por eso India fue tan interesante. El precio fue caro porque subí 6 kilos. Y me gustan los mercados de comidas, chicos, grandes, pero me vuelvo loca con todo lo que sea distinto a lo que vive uno. 

Cuando me topo con gente que viaja como mi papá me canso, me siento intimidada, pero Daniel insiste en que yo soy igual que mi papá, que todo el rato trato de estrujar el día, de ir a la mayor cantidad de partes posibles. Creo que tiene un poco de razón. De alguna forma estoy tratando de cambiar la forma en la que fui educada para viajar. Hago un ejercicio mental de calmarme y aceptar el día como venga, sin caer en los “must see”. Y me cuesta, es un mal hábito.

Estoy en rehabilitación.

Ahora se vendrán menos viajes con la llegada de Enzo y de regreso en Chile. No es un problema. Quizás sólo tenga la plata y el tiempo cuando me jubile. Me da igual. Tengo un sueño de ir a Tokio este año antes de volver a Chile (y a Tailandia, pero si me pongo como mi padre empiezan a venir varios nombres más a la cabeza, China, Vietnam, Indonesia). Me gustaría dar vueltas por esas calles llenas de gente, ir a un Karaoke, ir al Museo Ghibli, ir al mercado de pescados y comer, comer, comer con palitos.

Ojalá. Y ojalá no sea como mi papá.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Visão estonteneante neste sítio, opiniôes como aqui está dão motivação a quem quer que visitar aqui !!!
Realiza mais deste web site, a todos os teus utilizadores.

Gabi dijo...

Obrigado muito. E esses comentários me motivam a continuar escrevendo. Embora sejam um disparate. :-)